Instantes II

Lo primero que sintió fue un aturdimiento, el impacto lo hizo emprender un viaje por el aire, una loca carrera espacial; pudo sentir que se elevaba cada vez más, mientras el dolor comenzaba a expandirse en sus piernas; subía… ¿cuánto? Quizá cuatro o cinco metros, no estaba seguro. De pronto dejó de pensar en sus piernas y apretó los brazos alrededor de aquel cuerpo de cinco años; ¿por qué lo hice? —se preguntó— y se sorprendió de encontrar la respuesta: porque no soportaría no hacerlo.

Tuvo tiempo de pensar en aquello que decían algunos, que en esos momentos se puede ver la vida propia ante tus ojos, mostrándose a través de muchas imágenes; pero no pudo ver su vida, sólo sabía que había sido buena. Sin embargo, pudo contemplar otra ante él: vio una niña corriendo y jugando en un patio, la vio descubrir el mundo cada día, la vio crecer poco a poco, y luego la vio terminar su educación; vio cómo sonreía en aquel parque, la vio crecer en segundos, casarse y formar una hermosa familia.


Las imágenes seguían atravesando su mente, y pensó que era extraño porque ni siquiera la conocía, y ahora quizá ya no hubiera tiempo para hacerlo. Entonces quiso abrir los ojos pero se arrepintió, decidió que no lo haría, sino que la dejaría ser para siempre aquella persona que vio en su mente. Suspiró y entonces comprendió que sólo quedaba una cosa por hacer, así que la abrazó aun más fuerte e hizo un esfuerzo por girar ambos cuerpos, pues el de ella era muy frágil, y el descenso estaba por comenzar.

Que cómo estoy

Si preguntas cómo estoy, la respuesta es: estoy bien;
nada hay más cómodo para zanjar el tema y salir del paso.
Pero hoy no es un buen día.

Estoy bien, ¡tremendamente bien!
Pero hoy no es un buen día.

Bien, ¿con relación a qué?
Bien porque sigo vivo, y otros no;
bien porque tengo trabajo, y otros no;
bien, porque hay otros peor que yo
y otros peor que ellos, y así sucesivamente.
¿Cómo estás? Dime: ¿cómo me veo?
Pero hoy no es un buen día.

Bien, dependiendo de la intención de tu pregunta;
viví entre alacranes, entre arañas,
y todos me preguntaban siempre cómo estaba.
El ladrón vigila a quien planea robar.

Si tan solo fuéramos más claros, y más sinceros.
Pero hoy —ya lo he dicho— no es un buen día.
Hace un año que no he visto a mi mejor amigo,
pero estoy bien.

Mi trabajo me fastidia,
pero no por las labores, sino por las personas,
pero yo estoy bien.

Tengo un anhelo que se esfuma,
y corro para alcanzarlo pero es más veloz,
y yo estoy magníficamente.

¿Para qué me lo preguntas?
Apenas nos conocemos, ¡es más!: ni nos conocemos.
Estoy bien, pero hoy no es un buen día.
Lo era hasta hace poco. Ya no.
Cuando el alba despuntó,
abrí los ojos y la luz me saludó cortésmente,
y salí a caminar y respirar aire fresco;
todo estaba tan limpio.

Mas el afán incansable de algunos como tú,
que se empeñan en cuestionarme,
para que reflexione y dé una respuesta,
me hacen aborrecer la vida.

Hoy no es un buen día.
La fruta que lo partió.

Más bien hubieras preguntado algo concreto:
si dormí bien;
qué opino de los OVNIs;
si fui al baño por la mañana;
si ya me dieron el Nobel.

¿Por-qué-carajos-me-preguntas-cómo-estoy?
Si ya sabes que la respuesta es un «bien»,
tan auténtico como el cabello rubio de mi vecina.
Pero de nada sirve discutir.
Si quieres respuestas, te las daré:
estoy espectacularmente bien:
mi enfermedad incurable no me mata,
sólo vuelve cada cierto tiempo.
Además no he podido comprar la luna,
porque no saben quién es el dueño,
así que he planeado robarla.

Una nueva: me corté las uñas,
y hasta los dedos; porque ¡puff! ¡La vida es tremenda!

Ya casi no tengo amigos cerca,
todos han sido arrastrados por la corriente,
y yo tengo plomo en los pies.

Mi exmujer me ha olvidado,
y yo espero a que haga frío para quemar sus cartas.
Tengo muchos libros pero quiero más,
miles y miles más.

Ya no tengo gato, y es triste porque a él sí lo quise.
¡Oh! ¿Tu pregunta se refería a si todavía estoy gordo?
Pues sí, todavía.

Y sospecho que no volverás a preguntarme,
por eso te lo quiero dejar claro esta vez:

efestofoy jofodifidafamefentefe biefen. 

Habitación vacía





Una muerte habita los sueños que regué lejos de aquí,
estrago que ata una cuerda al techo,
que se une a ella murmurando unas últimas palabras.

Rayo de luz que se pierde en el camino,
voz que rasga el aire de la calma,
que sobresalta y acelera los sentidos,
vuelca la oscuridad en lámparas por doquier, buscando serenidad.

Un abandono se esconde bajo la cama,
se asoma para completar su misión,
y huye dejando tras sí una estela de llanto;
polvo convertido en desesperanza que poco a poco
va cayendo desde todos los rincones testigos del desastre.

Puerta que se abre a medias mientras
una habitación vacía perfuma un aire
con la muerte colgando de su pecho,
con ventanas que miran hacia todos lados,
tratando de disimular el llanto del abandono
que en su interior pronuncia los últimos ruegos.

Caminos celestes




Será que olvidamos el color del cielo,
a fuerza de bajar la mirada y seguir las señales a ciegas;
estrellas coronan el mar en medio de la oscuridad,
cuadro que nos hace recordar el camino
y nos orienta de nuevo a lugares de reposo.

Será que no conocemos el destino,
y nos perdemos en la niebla que es la vida cotidiana,
vida-niebla que nos ladra al cruzar la calle,
y nos choca groseramente mientras
intentamos entender nuestros pecados;
vida-suicidio en que nos asomamos,
se asoman las estrellas desde el cielo-mar
que resplandece por la mañana,
mientras saltamos de la cama para seguir
las señales grabadas en el pecho de nuestra esclavitud.

Sonido del silencio que nos habla en la incertidumbre,
y pide que volvamos al centro primigenio,
a los lugares donde hallaremos la paz-vida que anhelamos.
Será que el cielo es una isla con tesoros,
cielo-mapa que nos hace saltar desde la agonía. 

Por amor




No voy a conquistar el mundo. Jamás. En mis planes nada hay. Es una lista en blanco. Tanto es así, que comienzo a escribir este poema sin tener idea de cómo será. Ni siquiera sé si es un poema. Pese a todo, hay un algo, que no es lo mismo que la nada. Un punto en lo más lejano de la existencia, que quizá haya muerto hace millones de años como las estrellas; sin embargo, basta para infundir un deseo en el interior de cierto insulso personaje, y para incitarlo a vivir por él, para él. No sé para qué vivo, pero tampoco creo estar muerto. Entonces soy. Y algo ha de suceder, lo sé y no sé cómo.  Cada vez ansío más de lo desconocido, cada vez más anhelo asir con estas manos lo indefinible; o quizá atraparlo con los ojos, con la boca, con el alma. No mueran los artistas, sino sean reyes para siempre. Una vez, y otra más, que el mundo sea volcado por locos, y en sus vueltas genere más y más arte. Como una esfera de nieve que se agita, así sea esta infame Tierra. No muramos «muéramos». Pareciera —en ocasiones— que todo pierde el sentido, pero en el fondo, en la lejanía como aquel punto abstracto y radiante, siempre  ha de haber algo que perseguir. Se habla de ideales, de metas, de objetivos y demás cosas; más bien diría que es el arte, y que a su vez, es concebido por nosotros mismos. Nos perseguimos. Anhelo alcanzar ese yo que es capaz de crear. Fluir como agua sin barreras, libre, libre, libre de todo, de mí y de ti. Superar  todo lo terrenal y lo abyecto, en una búsqueda por la luz que se esconde en el fondo del ser. Me encontrarás absorto, contemplando cómo late mi corazón en calma. 

Postales sin fecha



Cómo quisiera poder escribir hasta el cansancio,
hasta que cayera la última gota,
la que colma el vaso y la que deja completamente vacío;
soy un intento apenas de aquello que no lograré conocer,
en pos de lo cual muero a cada momento
y me voy cubriendo de arena, quedando más y más atrás,
 hasta que un día ni siquiera los restos puedan encontrarse.
Habrá entonces otro que llevará en su pecho
inscrito el nombre que poseo,
y dirá que soy este, y puede que lo sea,
aunque las opciones se multiplican en todas las direcciones;
un trozo de cristal que se atraviesa entre los tiempos que,
si se unieran, verían romperse el cielo
envuelto en música y lluvia sin tregua;
pasado y futuro que envían postales sin fecha,
mientras arde la ciudad donde se libraron mil batallas,
donde la paz fue siempre una ilusión lejana,
y la verdad fue un mendigo a orillas de las sucias calles;

gota que rompe el espejo al chocar contra su sombra. 

Tranquilidad




Pero no voy a sonreír y formar universos,
si apenas me alcanza para convencer
al del espejo de que estoy listo para salir,
mientras mi cama me mira con recelo,
augurando desdicha en el caminar.

Y hoy mientras comía en la calle más pisoteada
de la ciudad, a mi lado una pareja se sentó,
y ella se quejaba de hambre profunda,
y vertía en la cara de él un ácido reclamo por no alimentarla;
y yo pensando en por qué no pedí más comida,
y en si ya será la hora de ir a buscar una respuesta,
o si debiera esperar a que la luz del sol
dé quince o cincuenta vueltas más.

Cuando dejé de buscar la salida encontré una definición,
y fue mi regalo de consuelo por el abandono de mi cordura,
y dije que «lo que me da tranquilidad es, de hecho, esta falta de tranquilidad»,
y al mirar en el pozo vi una explicación profunda,
mas la urgencia por cruzar la calle
—por la línea amarilla— siempre fue mayor.

En medio de una espada y un fusil logré incrustar la cabeza,
y no hubo dardos de tiempo que no se clavaran
en el pecho descubierto de aquel que
en una tarde de primavera pensó si los feligreses
tienen permiso para tocar la campana;
pero no, entrar a la iglesia a preguntar no era una buena idea,
y al fin de cuentas:
 ¿a quién le ha de importar si otro tiene un crédito que no usa?
Poesía bajo candados a base de lágrimas.

Lo que me da tranquilidad es/fue/será
lo que me da miedo es mirar al fondo
de la explicación y encontrar a los sueños
que tiré por la ventana cuando ni siquiera tuve casa;
pero hoy no diremos más de lo que se derramó
como río al tocar la puerta —o acaso fuera un timbre—,
y entonces pensamos en cuál será la mejor manera
de llenar estas hojas casi blancas que se plantan
contra un carbón milenario en lucha por la libertad;
¿a cuántos años se fue la ilusión?

Pero hay una objeción y la desconozco,
debiera ser, debiera no decir,
mas no hallamos el candado de cajón de poesía,
y lloramos lágrimas de alcohol y fuimos felices,
y fuimos héroes lanzados en lucha a muerte con el suelo,
y el ganador levantó su mano indicando
el color de la sangre derramada por los inocentes en la ciudad.

Hay dos seres en mi cabeza que se debaten mi destino,
y todo se reduce a comer maíz o trigo;
encuentro que en la primera versión todo funciona,
y corro a gritarlo, como alguna vez alguna ramera;
pero no somos osos polares yendo al norte ni al mar;
pero no sé/sabemos cuál nombre llevará aquel verso
que se dibuja en el rincón de mi intranquilidad,
y todo es una paradoja escondida en el fondo,
 mirando a la superficie donde los sueños juegan a saltar la cuerda de la vida.



A ellos

Mis padres, él y ella,

representan la cumbre de

las bendiciones que he recibido.

Nunca hemos peleado ni discutido,

y yo me siento tremendamente

orgulloso por ser parte de su vida.

Jamás he recibido de ellos

abusos ni injusticias, nunca

han impuesto sobre mí castigos;

y al final, aunque sea yo quien lo presuma,

el mérito es mucho más suyo, que mío.

Trueque

Tengo cinco o seis
veces más poemas
escritos, que años cumplidos.

Sin embargo, daría todo, 
los primeros y los segundos,
a cambio de una mañana, 
o de un atardecer contigo; 
lo primero o lo segundo,
o ambos. 

Al margen




Hay un hilo amenazando a cada momento con romperse,
frágil lazo que intenta casi en vano mantener un orden decadente.
Hoy sé, y tal vez desde mucho antes, lo absurdo de caminar
entre la multitud, respirando la indiferencia,
con el anhelo de que un estruendo sacuda las vidas;
acaso con el oculto deseo de romper
los vínculos y marchar a la deriva.
Nada que decir al final, sin notas de reclamo,
sabiendo que esta existencia sin sentido
se encamina hacia el mar de aguas profundas,
que cada quien ha descendido por distinto sendero.
Aceptando lo inútil de las horas mirando al cielo,
esperando que el viento traiga nuevas de gozo,
ave que ha olvidado el vuelo.
Un borde donde ya no alcanzan a
unirse los dedos ni las miradas,
hojas secas que crujen bajo el peso del abandono,
de las largas ausencias presagiando la muerte.
Hay un hilo atado a distintos corazones que ya no saben latir,
que van existiendo tristes al margen de la esperanza.

Espera


Entre el amor y el odio hay una línea divisoria;
más allá se disuelven las dudas, pero todo son mentiras.
No hay líneas que definan límites,
sino que hay mentes y vidas cansadas;
mentiras que abundan por todos lados
y envuelven todo sentimiento que pretenda relucir,
con banderas de pureza y sinceridad.
Resulta todo confuso al final,
y sin remedio se cae en círculos y vicios,
y las gotas de fuego ruedan por las avenidas de la piel.
Hablamos de líneas, de cosas que no conocemos.
La vida se resbala en el espacio que hay entre los dedos,
y los sueños vuelan sin boleto
y sin permiso, para jamás volver;
en el cielo brillan estrellas que jamás se han de alcanzar,
y desde el suelo se emiten miles de suspiros
que no bastan para conseguir la calma.
Y en el fondo de este pozo de los deseos
radican cientos de esperanzas muertas,
ahogadas bajo el yugo de la espera.

Tres



Tres escalones descendidos,
tres fechas fatales y trágicas
como la noche misma;
tres los pedazos que en el
suelo han quedado esparcidos.

Tres las palabras que quisiera decir,
si alguien quisiera escucharlas;
tres los meses que no vivimos;
tres nombres entre los que
alguna vez tuvimos que elegir;
tres las veces que he tenido que
esconder el rostro y las lágrimas
que derraman un sabor a olvido.

Tres veces tu voz ha entrado
a las cerradas puertas que
habitan el fondo de mi soledad;
tres y las necesarias horas
que habré de esperar
por ver tu tez.

Tres las caídas terribles cuyo
estruendo no ha logrado detenerme,
mientras, ya sin vida,
avanzo buscando tus manos.

Tres.

Aves cautivas




Todo va siendo ya un montón de islas
extrañas que no saben cómo comunicarse;
un cielo que se va quedando sin estrellas,
desierto como esta calle en domingo de invierno.
Se van quedando en el olvido
los días antes del desorden,
y nos va cubriendo un viento recio de soledad
que se entra hasta los huesos y
rompe los cristales de la buena voluntad.
Ya se apagan las risas que desde el interior del
murmullo lanzan destellos en códigos desconocidos.
Todo va siendo ya como la ola que rompe
en la frente de la última ciudad de pie,
y que inunda las casas donde habitó
el calor de quienes se conocieron
bajo la luz de la coincidencia.
Pero ya los montes no tienen la
paciencia que fundó al mundo,
y los gatos no se detienen curiosos
a mirar desde las azoteas.
Se han roto los lazos que nos convirtieron
en cazadores de nubes fugitivas;
todo va siendo ya como un montón

de islas extrañas que van olvidando los colores.

Polvo






Soy apenas un trozo de polvo,
una mancha que se borra al caer la tarde,
pero busco la comprensión
de no sé qué cosas,
la atención de los reflectores
y de las nubes.
Volveré a la tierra de donde
logré escapar un día,
pero mis manos han de ir vacías,
y todos los recuerdos se perderán también:
viajarán sin retorno a los infinitos
laberintos del olvido.

Soy una polvareda que sube tras
la estampida de locos buscando paz;
los minutos de espera que jamás vuelven;
la palabra atada a un sentimiento
a punto de explotar;
soy un fragmento de desvelo apenas,
polvo que cubre los muebles
abandonados tras la muerte.

Soy un trozo de nada,
de carne y anhelos perdidos,
que lucho por comprender el ritmo
de los latidos dentro del
cuerpo de lodo y cenizas.
Soy apenas un trozo de polvo,
una mancha que renace cada amanecer.


Una estatua rota





La analogía mejor expuesta
para este dolor de pecho;
erigida a la luz de todas las pupilas,
alzada entre escombros y recuerdos.

Matizada en colores opacos ya,
ignorada y fúnebre: una estatua rota.
Este barco que jamás zarpó,
y esta desdicha que corroe;
un lamento disfrazado,
y un grito ascendiendo como cohete.

Fuego consumido, humo;
inalcanzable meta, fracaso sin parangón.
Rota está, el fiero golpe de
una nación la ha herido.

Estatua impasible, nunca más;
encarnaste la esperanza del mañana,
pero hoy, ¡hoy!, yaces rota sin consuelo.
Niebla, ruido y desolación.
Cristales que no reflejan. Encierros. Entierros.

La dicha no alcanza para sanar,
y alrededor las flores se han secado;
te rodeas de aire, de hierba y de bancos de madera,
pero tú estás rota.

Representas la educación de mi patria,
de la tuya, pero tus pies han sido lacerados.
Golpes de la vida, del hombre;
has muerto, sí, ¡has muerto!
Aunque te llamaron inmortal,
y te llamaron gratuita y laica,
te llamaste… y ya no estás.

Más allá todavía se oye el eco,
pero todo es gris.
En el lugar donde los vehículos
giran a la derecha, huyendo del crimen,
y del otro lado pasan los transeúntes,
nadie será capaz de detenerse,
no habrá manos que te reparen.

Tu desdicha expuesta,
tus metas destrozadas; niño estatua,
madre-maestra amorosa, fiel y adornada,
dulce niña de mi llanto,
tu suave color se difumina.

La noche habrá sido testigo,
mas nadie alza su voz;
cómplices de esta impune atrocidad,
pero ¿quién ha sido el perdedor?
«Es que yo no hago mal a nadie».

Tu voz ya se aleja, y allá va, allá va;
los rostros se giran, mirando hacia adentro;
Funerales silenciosos. Luto, luto aquí.
Y no es noticia: un niño ha sido herido, pero eso no importa.

Acaso no tengas carne ni huesos,
y seas de un metal que nadie conoce.
Hoy estás rota, estatua de niño;
homenaje a la educación, culto invisible.

Preguntaría en toda la ciudad,
por si algun testigo ha quedado,
mas nadie escucha: nadie tiene ojos.
Hasta abajo va, hasta el fondo;
«limpia y amable», pero ha destrozado
su cuna, y su única esperanza;
se ha hundido en silencio mortal.

Por el norte y por el sur,
por cada rincón se puede ver:
rastros y vidrios rotos,
pero más fácil resulta huir, más todo.

El rumor que no cunde,
porque el cielo se torna rojo,
y más todavía porque el suelo es negro,
como las almas.
Alguien ha roto una estatua
de bronce o de oro o de cobre;
ninguno reclama, ninguno se ofende,
los dioses exigen sangre.

Aquí y allá van, corriendo todos como bueyes,
¡pero no es noticia!, y es día hábil,
vamos todos a cumplir.

Allá estás, y los autos siguen girando a la derecha,
y los caminantes pasan todavía con la vista al río,
mientras en aquel centro,
en la plaza aquella del homenaje a la educación
hay una mujer con dos niños,
que lloran sin consuelo por una estatua rota.