Mapa



Voy perdiendo los últimos
rasgos de lo que fui alguna vez,
los bordes desgastados manifiestan
el largo camino transitado en aventura.

En algún sitio quedan olvidadas
las historias de pasos trémulos,
de victorias y derrotas, de llantos
y noches al calor de hogueras.

Al asomarme a los espejos
que la lluvia instala en el suelo,
descubro mi rostro falto de sonrisas,
y me adivino las ausencias que
parecen montadas en mi espalda y
en la mirada, ausencias con nombres
y lugares escritos en algún rincón.

Voy perdiendo los últimos
rasgos de lo que fui alguna vez,
me visto de nuevos días, 
me hundo en calles que jamás conocí,
y apunto cada trazo de camino 
en viejos trozos de papel; 
quién sabe, hay veces que es necesario volver.

Te regalo un poema





Te regalo un poema.
No es aniversario ni tu cumpleaños,
todavía no es Navidad,
y tampoco Nochebuena o Día de reyes.

Te regalo un poema que no brilla, que no usa baterías
y que ni siquiera está envuelto;
te diría que te hará feliz, que te salvará
de los momentos dolorosos, pero no quiero engañarte:
lo más seguro es que no haga nada por ti.

Un poema en otoño, cuando caen las hojas,
cuando caen las tardes mientras
el frío se asoma a tu ventana.

Un poema, como la fotografía de una flor
que no podrás tomar en tus manos,
poesía engendrada en noches de desvelo,
tumbado en la cama, recordando cómo se escurre
el agua de las manos —agua que a veces me grita tu nombre.

Comprenderás que no vale más que el papel que lo contiene,
que no podrás alimentarte con él,
que no escuchará tus confesiones.

Te regalo un poema porque me faltan riquezas,
porque me falta acaso el valor para decirte otra cosa.
Tal vez porque tengo temor de verte
y recordar el dolor que te causo,
ver en tus ojos la tristeza o el desprecio.

Te regalo estas letras que puedes negarte a aceptar,
o que puedes tomar y echar al mar,
al salón de los deseos rotos.

Un poema que no esconde secretos,
que no contiene fórmulas mágicas,
que no fue elevado al cielo para pedir
la gracia de lo alto. Poema inmundo,
vago suspiro errante,
apenas sollozo entre la niebla.

El tiempo, la espera, el andar por la casa
buscando palabras que llenen esta caja que envío,
con tu dirección grabada.

Te regalo un poema que es rosa adornada con sinceridad,
aunque robe las palabras que tú has dicho alguna vez.

Porque nada tengo digno de darte,
porque yo mismo no sé para qué te escribo,
pero abro la puerta y busco tu silueta…
Un poema para decir que te pienso.

Te regalo un poema que no puedo regalarte,
porque jamás he sido dueño de nada;
quise entrar de tu mano a todos los lugares,
lo recuerdo ahora encerrado a oscuras.

Escribo, te escribo, te escribo un poema
dando vueltas a lo que no logro decirte;
y al final he terminado por mentir,
porque te regalo un poema que sí esconde secretos.

Entre el sueño y la vigilia hay un pasillo
al que asomo cada noche,
te veo allí pero no sé cómo entrar;
intento alcanzarte una y otra vez
pero resulta imposible;
y es por eso, que antes de perder un día más,
antes que la noche vuelva a reinar entre el mundo y mi soledad,
abro los abismos donde se ahoga mi alma,
y del fondo extraigo este poema que,

envuelto en amor, te regalo.

Lunes por la tarde



Casi como a Oliverio,[1]
se me adhieren los recuerdos
a tu sonrisa, a tus besos.

Resbalan por la pared gotas
como en procesión, rogando por ti,
por la luz que de tus ojos emana.

Todo adquiere el olor del pasado,
los colores parecen ya cansados
de tantos días, y van cerrando
sus ojos, abrazados al frío de otoño.

Lento se va quedando todo
en silencio, sutil reverencia a la vida.

Lentas, mis manos terminan de escribir
la última línea de este poema.



[1] Oliverio Girondo, poeta argentino.

Latidos



Afuera las estrellas adornan
un cielo de cuyo borde cuelga una luna.
Un par de hermosos perros buscan abrigo en algún sitio,
siendo interrumpidos de vez en vez por los
pasos que recorren la calle a oscuras.

Se acumula el polvo sobre los muebles, sobre el piso;
leves capas cubren ya los recipientes vacíos;
roto el reloj de arena, que se engaña
creyendo pasar al otro lado.

Aquí un grillo ofrece un concierto espléndido;
 y más allá, el alcohol sale de los beodos
en forma de gritos intermitentes.
Noche sobre el mundo;
lejos el bullicio ya, lejos la prisa.
La temperatura desciende, se anda ya por los suelos,
llenándose del aroma a sol de un día entero.

Si todo callara tan sólo un poco más,
podrían escucharse latidos indecisos frente a un espejo,
latidos que no recuerdan ahora
cuál era el camino asignado alguna vez.


Las esperanzas no se rompen


Fueron tantos los años que pasé sumido en el engaño, 
años en los que mi simplicidad no me permitió 
conocer la verdad que se extiende de una orilla a otra de la Tierra: 
las esperanzas no se rompen. 

De inmediato surgen todo tipo de objeciones, 
el “se rompen cuando algo se pierde”, el “muere al final”, 
pero hoy les ofrezco nuevo conocimiento, 
no hay misterio en ello. 
Es imposible que se rompan. 

Un cristal, el silencio, un pacto, una vasija de cerámica, 
todos los huesos del cuerpo, 
el papel donde se escriben cartas de amor; 
todos ellos son susceptibles de ser rotos, 
pero no las esperanzas. 

Al final no hay mucho por decir, 
y entonces se hace necesario preguntarse 
¿qué es una esperanza?, 
y algunos dicen cosas como 
“es la confianza de que se obtendrá lo que se desea”, 
y yo miro al cielo mientras susurro 
por centésima vez que no se pueden romper. 

No se trata de que sean inmunes y que jamás dejen de existir, 
por supuesto que no; 
pero no se puede destrozar ni hacer pedazos 
algo que ni siquiera es una cosa cierta. 
Quiero decir que la naturaleza de las esperanzas 
no alcanza para concebirlas como algo cierto. 
Son apenas destellos intermitentes en donde 
todos desean ver la fogata más grande del mundo; 
y los destellos no se rompen, 
ni las partículas de polvo, 
ni las medias sonrisas, 
ni los suspiros ahogados; 
la esperanza es una brisa imaginaria, 
una llamada que jamás se realiza, 
una cita donde nadie acude, 
un grito que pierde el camino de los pulmones a la boca. 

Esperar es pararse frente a un espejo que no refleja. 
La esperanza no puede romperse porque jamás ha sido. 
Ni el tiempo la ha visto, ni la luz la ilumina, 
ni el sol la quema, y el dolor… el dolor tiene mejores cosas por hacer. 
Y es así de sencillo: en medio de todo lo que existe, 
de la vida y la muerte, 
del bien y el mal, 
de la risa y el llanto,
 la esperanza nunca basta, 
y por supuesto, no puede romperse.

Viviendo




Supongamos que todo se va desvaneciendo; quiero decir: supongamos.

De la manera en que se anda el camino, habría una manera de eliminarlo, tal como si camináramos hacia atrás. Acaso un día, al buscar por la ciudad se perciba la disminución de los recuerdos acumulados; con qué palabras expresar esta sensación; conforme el tiempo se consume, y nos arrastra en la vorágine, se evaporan los instantes que se construyeron alguna vez; quiero decir: alguna vez.

Y así va la historia, siendo un espacio sobre el cual se va escribiendo de la mano de la soledad, ocultando lo que fue, y dejando solamente una incertidumbre que no alcanza reposo; y al buscar nuevamente los retazos de lo escrito en plural, nada hay; quiero decir: nada hay.

Pero digamos, como debiera, que el camino no retrocede; el soberano pretérito es absoluto en su trono; queda esta triste pena de pisotear lo andado, y asumir -digamos, asumir- que somos un trozo de recuerdos vanos, prontos a ser sustituidos; vagando y arrancando de las paredes las fotografías, los carteles y las confesiones; hasta que todo es gris nuevamente y el único sonido es el eco del llanto aferrado en las mejillas; quiero decir: el llanto.

Y no hay qué lamentar: sobre el lienzo sin mancha todo es nuevo. La jaula torna en rama y aún habrá luz en el cielo; que ni el olvido mata, ni el abandono es cruel. Mas, eventualmente, bajo la piel persisten ligeras llamas que pierden el camino, y se empeñan en alcanzar plenitud y arder; quiero decir: arder.


Supongamos que todo se va construyendo, quisiera decir: construyendo. Mientras caminas por la calle, donde encuentras que, al fondo, brotan colores y carteles brillantes. Supongamos que todo se va viviendo; quiero decir: supongamos.