Supongamos que todo se va desvaneciendo; quiero
decir: supongamos.
De la manera en que se anda el camino, habría una
manera de eliminarlo, tal como si camináramos hacia atrás. Acaso un día, al
buscar por la ciudad se perciba la disminución de los recuerdos acumulados; con
qué palabras expresar esta sensación; conforme el tiempo se consume, y nos
arrastra en la vorágine, se evaporan los instantes que se construyeron alguna
vez; quiero decir: alguna vez.
Y así va la historia, siendo un espacio sobre el
cual se va escribiendo de la mano de la soledad, ocultando lo que fue, y dejando
solamente una incertidumbre que no alcanza reposo; y al buscar nuevamente los
retazos de lo escrito en plural, nada hay; quiero decir: nada hay.
Pero digamos, como debiera, que el camino no
retrocede; el soberano pretérito es absoluto en su trono; queda esta triste
pena de pisotear lo andado, y asumir -digamos, asumir- que somos un trozo de
recuerdos vanos, prontos a ser sustituidos; vagando y arrancando de las paredes
las fotografías, los carteles y las confesiones; hasta que todo es gris nuevamente
y el único sonido es el eco del llanto aferrado en las mejillas; quiero decir:
el llanto.
Y no hay qué lamentar: sobre el lienzo sin mancha
todo es nuevo. La jaula torna en rama y aún habrá luz en el cielo; que ni el
olvido mata, ni el abandono es cruel. Mas, eventualmente, bajo la piel
persisten ligeras llamas que pierden el camino, y se empeñan en alcanzar
plenitud y arder; quiero decir: arder.
Supongamos que todo se va construyendo, quisiera
decir: construyendo. Mientras caminas por la calle, donde encuentras que, al
fondo, brotan colores y carteles brillantes. Supongamos que todo se va
viviendo; quiero decir: supongamos.
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