La
analogía mejor expuesta
para
este dolor de pecho;
erigida
a la luz de todas las pupilas,
alzada
entre escombros y recuerdos.
Matizada
en colores opacos ya,
ignorada
y fúnebre: una estatua rota.
Este
barco que jamás zarpó,
y
esta desdicha que corroe;
un
lamento disfrazado,
y
un grito ascendiendo como cohete.
Fuego
consumido, humo;
inalcanzable
meta, fracaso sin parangón.
Rota
está, el fiero golpe de
una
nación la ha herido.
Estatua
impasible, nunca más;
encarnaste
la esperanza del mañana,
pero
hoy, ¡hoy!, yaces rota sin consuelo.
Niebla,
ruido y desolación.
Cristales
que no reflejan. Encierros. Entierros.
La
dicha no alcanza para sanar,
y
alrededor las flores se han secado;
te
rodeas de aire, de hierba y de bancos de madera,
pero
tú estás rota.
Representas
la educación de mi patria,
de
la tuya, pero tus pies han sido lacerados.
Golpes
de la vida, del hombre;
has
muerto, sí, ¡has muerto!
Aunque
te llamaron inmortal,
y
te llamaron gratuita y laica,
te
llamaste… y ya no estás.
Más
allá todavía se oye el eco,
pero
todo es gris.
En
el lugar donde los vehículos
giran
a la derecha, huyendo del crimen,
y
del otro lado pasan los transeúntes,
nadie
será capaz de detenerse,
no
habrá manos que te reparen.
Tu
desdicha expuesta,
tus
metas destrozadas; niño estatua,
madre-maestra
amorosa, fiel y adornada,
dulce
niña de mi llanto,
tu
suave color se difumina.
La
noche habrá sido testigo,
mas
nadie alza su voz;
cómplices
de esta impune atrocidad,
pero
¿quién ha sido el perdedor?
«Es
que yo no hago mal a nadie».
Tu
voz ya se aleja, y allá va, allá va;
los
rostros se giran, mirando hacia adentro;
Funerales
silenciosos. Luto, luto aquí.
Y
no es noticia: un niño ha sido herido, pero eso no importa.
Acaso
no tengas carne ni huesos,
y
seas de un metal que nadie conoce.
Hoy
estás rota, estatua de niño;
homenaje
a la educación, culto invisible.
Preguntaría
en toda la ciudad,
por
si algun testigo ha quedado,
mas
nadie escucha: nadie tiene ojos.
Hasta
abajo va, hasta el fondo;
«limpia
y amable», pero ha destrozado
su
cuna, y su única esperanza;
se
ha hundido en silencio mortal.
Por
el norte y por el sur,
por
cada rincón se puede ver:
rastros
y vidrios rotos,
pero
más fácil resulta huir, más todo.
El
rumor que no cunde,
porque
el cielo se torna rojo,
y
más todavía porque el suelo es negro,
como
las almas.
Alguien
ha roto una estatua
de
bronce o de oro o de cobre;
ninguno
reclama, ninguno se ofende,
los
dioses exigen sangre.
Aquí
y allá van, corriendo todos como bueyes,
¡pero
no es noticia!, y es día hábil,
vamos
todos a cumplir.
Allá
estás, y los autos siguen girando a la derecha,
y
los caminantes pasan todavía con la vista al río,
mientras
en aquel centro,
en
la plaza aquella del homenaje a la educación
hay
una mujer con dos niños,
que
lloran sin consuelo por una estatua rota.