Destello ilusorio


Destello ilusorio

He plantado un árbol en los jardines interiores,
sombra prometida como gota sobre tierra árida.
Anzuelos se lanzan en aguas agitadas,
esperando por presas que no existen todavía.

Árbol al que se ha puesto nombre y acaso fecha,
cuyas raíces se expanden por la noche de los confiados.
Habita una mariposa las ramas bifurcadas,
 sacude cada instante las alas,
lleva por adornos los cascabeles del porvenir.

Este oculto deseo es ancla sobre el pecho apresado,
mustia flor que persigue el rocío;
agitada la vela resiste vientos airados.
Rayos en esta obra caen y alumbran los ojos
para distinguir recuerdos escondidos;
se ha marchado alguna vez,
árbol como espejo mira sus hojas caer suavemente.
Un sueño se ha vertido en interiores jardines,
custodiado camina por prados y avenidas,
que desde las nubes lanzan
leves trozos de arena sobre el cristal del destino.

Los veo correr








Allá van mis jóvenes y mis niños,
corren deprisa y avanzan con diligencia,
pero me temo que han errado el camino.
En medio de la multitud veo surgir clamores y gritos de euforia,
pero se han desviado,
y alzo la voz para advertirles, mas nadie escucha.
Allá van cruzando umbrales,
envueltos en mantas de egoísmo,
en ropas de traición.
Mi generación y las siguientes vagan sin rumbo;
mis niños no saben ya lo que significa el respeto,
no conocen los insectos,
ni saben lo que implica regresar a casa lleno de lodo,
¡no! Ellos saben de pantallas:
de iPad, de laptop, de iPhone, de Smart Tv.
En los rincones más profundos quedan rezagados los viejos juguetes;
todos dicen que es una nueva generación,
que cada una es diferente,
pero, ¿a dónde se dirigen?
¿Qué será de mis pequeños?
Mis niños son emperadores diminutos,
son jefes de hogar,
son reyes con coronas de berrinches,
son manchas de sangre en la espalda de los padres;
tal vez sean amor incondicional,
ternura desmedida,
pero ronda todavía misma pregunta: ¿a dónde van?
Gestando una ola de personas que no sabrá ni escribir ni cuestionar,
tan solo asentir con la cabeza sin mirar a los ojos,
un mundo de seres atados a la nada, a la estupidez y al morbo.
Los veo ir con grandes pasos,
y en el camino se empujan unos a otros
 porque todos desean ser el primero,
¿el primero en qué? No sé si saben lo que significa la libertad,
pero creen tenerla cuando le gritan a sus padres,
al hacer chantajes para conseguir lo que quieren,
son los reyes del universo y más allá, más allá.
Todavía no sé la respuesta,
por eso mi pregunta se repite una y otra vez hasta el fastidio,
pero nadie escucha ya.
Mis pequeños ángeles, pobres de ellos,
no quisieron lidiar con su niñez,
les reemplazaron el cariño por un regalo caro,
por un programa de televisión, por una guardería;
es que papá y mamá están muy ocupados;
es que… es que… es que mis niños no conocen las escondidas,
ni el un-dos -tres,
ni la rayuela ni trompos ni baleros,
¿Qué es eso? ¿No tiene botones? ¡No!
Por un sendero escabroso viajan a tientas, y yo pregunto
¿A dónde van?
Todos los niños sin alas, sin ojos y sin oídos;
pero no te atrevas a criticarlos,
porque serás procesado
y nada aplacará su furia incontenible.

Y más adelante veo a mis jóvenes,
no rompan más mi maltrecho corazón,
no corran por favor;
mis jóvenes han muerto,
como lo dice Vallejo, o tal vez Neruda, o Borges,
pero eso no les importa, no hace reír, no entretiene.
Para mis queridos, que son mis compañeros,
mis amigos, que son yo mismo,
y aquí reside también mi problema,
que me atrapa entre sus negras garras.
Los veo hundirse, con sus pies atorados en pantanos de vicios;
mis jóvenes ya no quieren saber del esfuerzo y la dedicación,
ellos quieren beber alcohol y fumar tabaco;
no hay mayor agonía que la espera de un fin de semana
para desahogar las penas que causa una universidad que odiamos,
unos padres que no comprenden,
una ciudad llena de humo y de basura,
de humanos detestables;
no hay mejor remedio que la fiesta y el desorden,
y el pasar las horas metidos en un mundo
sin escrúpulos gobernado por la Internet;
mis jóvenes ya no conocen la poesía,
es que no es cool,
es que eso de nerds,
de intelectuales,
es que yo quiero disfrutar mi juventud y salir con mis amigos.
Porque la vida ya no es escuela-casa y viceversa,
y tampoco es necesario ver a las personas para establecer vínculos:
mis amigos están en Facebook, en Whatsapp, en Twidiotez;
mis jóvenes no han visto ya las estrellas,
ellos saben de frases graciosas, de GIF´s, de memes, de chismes.
Son la fuerza, la tienen, pero no les interesa, no nos interesa.
Queremos fiesta, queremos pecado, sabemos de engaños,
de decir «te amo» en cinco conversaciones a la vez,
de conocer a alguien y proponerle sexo sin saber
a qué se dedica o qué cosas le agradan.
Mis jóvenes conocen más la obsesión que el amor,
el «todo-lo-tolero-porque-lo/la-amo»,
el «no lo vuelvo a hacer»,
¡Lo volveré a hacer porque soy el más fiera!
Qué manera de vivir, o de perder, como diría Vicente.
Les hablo con todo mi cariño,
y pongo todo de mí para comprenderlos,
pero pregunto ¿A dónde van?
No conocen el arte, más que como sufijo:
emborrach-arte, drog-arte, pele-arte, engañ-arte.
Y no es rencor ni envidia,
acaso yo sea el peor de todos,
acaso soy el único sin salvación posible,
pero es que no sé el rumbo.
La medida del propio amor graduada en botones presionados,
y el orgullo traducido en perder amistades,
en un «Yo-no-le-ruego-a-nadie».
¿Qué sueños tienes, «maifrén»? Pero mi amigo el Píter
anda bien «caido» porque su ruca lo engañó con su ex;
pero la vecina de enfrente salió embarazada
y ahora ya nadie le habla;
por qué van las cosas de este modo,
no atino a entenderlo.
¿Y los padres? Acaso vaguen por ahí,
acaso tengan ideas equivocadas,
o tal vez sean los mejores del mundo,
pero es que mis jóvenes corren sin rumbo, 
y no son el futuro: ¡son el presente!
Tan tuyo y tan mío, pero lo desperdiciamos.
Amistades y amores que van y vienen como el viento;
los veo concluir carreras universitarias que detestan,
barcos sin velas ni timón;
los veo seguir modas absurdas,
porque es lo que el mundo les ofrece,
y en su interior nada hay para combatirlo;
el vaso vacío se llena también con polvo.
Pero ¿a dónde van?
Saben de bares, de marcas caras,
de mucho y de la nada,
una eterna y sublime nada.
Qué bueno sería que estas letras se clavaran en su pecho,
y que cuando menos les hicieran pensar un poco;
pero no, ellos ven un poema y dicen:
«¡Ala, qué bonito!», y se acaba el corrido,
porque el interés no da para más.
Los veo correr, a mis jóvenes y mis niños,
y yo no sé cómo advertirles que el camino es otro,
a tropezones y dejando rastros difusos en los caminos, 
avanzan sin distinguir el rumbo de sus pasos,
mientras me sigo preguntando: ¿a dónde van?
Los veo correr deprisa,
secando su llanto con máscaras,
andar el sendero,
arrastrando el mundo entero sobre sus almas.




Vórtice

Varado en estación de ausentes, 
abandono de almas por cerradas puertas, 
transcurre la calma arrastrada por el viento; 
yace allí volcado en su devenir,
velo sobre la tez agónica, 
estoico sobre el desamparo, 
contempla rumores con los ágiles dedos.

Mirarlo es asomar en caverna afilada, 
rasgar pieles de escondidos secretos, 
aterrizando la esperanza con gotas de lluvia escurridiza; 
se contrae como quien muere solemne, 
vuelca al interior la mirada, 
buscando entre sus tejidos la respuesta perdida cada noche; 
sabe que está solo,
no asoma por las ventanas, 
adivina la dama oscura paseando el exterior, 
es abismo en que se contempla para extraer de sí las pasiones, 
y gira sobre la cuerda colgante donde el sueño descansa sus temores.

Viaje de ida


La lluvia es, de extraño modo, una cara de la vida.
Desde su origen conoce el destino,
acepta que no ha de ir más allá,
pero sospecha —como sospechamos a veces la muerte—
algo acechando detrás de los muros.
La vida es un poco la lluvia que desciende
en millones de gotas temerarias,
barcos de timón roto.
La lluvia es corta como la distancia
entre el cielo y la muerte,
como entre la vida y los charcos.
La vida es gotas rebosantes de  
momentos y recuerdos acumulados,
un día rompen los bordes y salen al mundo.
La lluvia invade montes y mentes,
tiñe de nostalgia la memoria,
exilia al olvido los pasos andados.
La vida es un tanto la lluvia estival,
donde todos corren a buscar refugio,
sin saber que la lluvia es espejo inexorable,
un viaje de quien nadie ha de escapar.

Al sur

Con cada giro vamos siendo 
un poco más extraños;
un poco más esas sombras
 se cruzan en las aceras; 
escalones con rumbo al propio 
hundimiento en ríos de lava. 
Será que las piezas no encajan ya, 
el tiempo las ha moldeado 
y son reflejo del olvido en que 
todos nos reflejamos, tristes ya 
por los pasos que no supimos dar en firme.