Instantes II

Lo primero que sintió fue un aturdimiento, el impacto lo hizo emprender un viaje por el aire, una loca carrera espacial; pudo sentir que se elevaba cada vez más, mientras el dolor comenzaba a expandirse en sus piernas; subía… ¿cuánto? Quizá cuatro o cinco metros, no estaba seguro. De pronto dejó de pensar en sus piernas y apretó los brazos alrededor de aquel cuerpo de cinco años; ¿por qué lo hice? —se preguntó— y se sorprendió de encontrar la respuesta: porque no soportaría no hacerlo.

Tuvo tiempo de pensar en aquello que decían algunos, que en esos momentos se puede ver la vida propia ante tus ojos, mostrándose a través de muchas imágenes; pero no pudo ver su vida, sólo sabía que había sido buena. Sin embargo, pudo contemplar otra ante él: vio una niña corriendo y jugando en un patio, la vio descubrir el mundo cada día, la vio crecer poco a poco, y luego la vio terminar su educación; vio cómo sonreía en aquel parque, la vio crecer en segundos, casarse y formar una hermosa familia.


Las imágenes seguían atravesando su mente, y pensó que era extraño porque ni siquiera la conocía, y ahora quizá ya no hubiera tiempo para hacerlo. Entonces quiso abrir los ojos pero se arrepintió, decidió que no lo haría, sino que la dejaría ser para siempre aquella persona que vio en su mente. Suspiró y entonces comprendió que sólo quedaba una cosa por hacer, así que la abrazó aun más fuerte e hizo un esfuerzo por girar ambos cuerpos, pues el de ella era muy frágil, y el descenso estaba por comenzar.