Lo primero que sintió fue un aturdimiento, el impacto lo hizo
emprender un viaje por el aire, una loca carrera espacial; pudo sentir que se
elevaba cada vez más, mientras el dolor comenzaba a expandirse en sus piernas;
subía… ¿cuánto? Quizá cuatro o cinco metros, no estaba seguro. De pronto dejó
de pensar en sus piernas y apretó los brazos alrededor de aquel cuerpo de cinco
años; ¿por qué lo hice? —se preguntó— y se sorprendió de encontrar la
respuesta: porque no soportaría no hacerlo.
Tuvo tiempo de pensar en aquello que decían algunos, que en esos
momentos se puede ver la vida propia ante tus ojos, mostrándose a través de
muchas imágenes; pero no pudo ver su vida, sólo sabía que había sido buena. Sin
embargo, pudo contemplar otra ante él: vio una niña corriendo y jugando en un
patio, la vio descubrir el mundo cada día, la vio crecer poco a poco, y luego
la vio terminar su educación; vio cómo sonreía en aquel parque, la vio crecer
en segundos, casarse y formar una hermosa familia.
Las imágenes seguían atravesando su mente, y pensó que era extraño
porque ni siquiera la conocía, y ahora quizá ya no hubiera tiempo para hacerlo.
Entonces quiso abrir los ojos pero se arrepintió, decidió que no lo haría, sino
que la dejaría ser para siempre aquella persona que vio en su mente. Suspiró y
entonces comprendió que sólo quedaba una cosa por hacer, así que la abrazó aun
más fuerte e hizo un esfuerzo por girar ambos cuerpos, pues el de ella era muy
frágil, y el descenso estaba por comenzar.
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