Espera


Entre el amor y el odio hay una línea divisoria;
más allá se disuelven las dudas, pero todo son mentiras.
No hay líneas que definan límites,
sino que hay mentes y vidas cansadas;
mentiras que abundan por todos lados
y envuelven todo sentimiento que pretenda relucir,
con banderas de pureza y sinceridad.
Resulta todo confuso al final,
y sin remedio se cae en círculos y vicios,
y las gotas de fuego ruedan por las avenidas de la piel.
Hablamos de líneas, de cosas que no conocemos.
La vida se resbala en el espacio que hay entre los dedos,
y los sueños vuelan sin boleto
y sin permiso, para jamás volver;
en el cielo brillan estrellas que jamás se han de alcanzar,
y desde el suelo se emiten miles de suspiros
que no bastan para conseguir la calma.
Y en el fondo de este pozo de los deseos
radican cientos de esperanzas muertas,
ahogadas bajo el yugo de la espera.

Tres



Tres escalones descendidos,
tres fechas fatales y trágicas
como la noche misma;
tres los pedazos que en el
suelo han quedado esparcidos.

Tres las palabras que quisiera decir,
si alguien quisiera escucharlas;
tres los meses que no vivimos;
tres nombres entre los que
alguna vez tuvimos que elegir;
tres las veces que he tenido que
esconder el rostro y las lágrimas
que derraman un sabor a olvido.

Tres veces tu voz ha entrado
a las cerradas puertas que
habitan el fondo de mi soledad;
tres y las necesarias horas
que habré de esperar
por ver tu tez.

Tres las caídas terribles cuyo
estruendo no ha logrado detenerme,
mientras, ya sin vida,
avanzo buscando tus manos.

Tres.

Aves cautivas




Todo va siendo ya un montón de islas
extrañas que no saben cómo comunicarse;
un cielo que se va quedando sin estrellas,
desierto como esta calle en domingo de invierno.
Se van quedando en el olvido
los días antes del desorden,
y nos va cubriendo un viento recio de soledad
que se entra hasta los huesos y
rompe los cristales de la buena voluntad.
Ya se apagan las risas que desde el interior del
murmullo lanzan destellos en códigos desconocidos.
Todo va siendo ya como la ola que rompe
en la frente de la última ciudad de pie,
y que inunda las casas donde habitó
el calor de quienes se conocieron
bajo la luz de la coincidencia.
Pero ya los montes no tienen la
paciencia que fundó al mundo,
y los gatos no se detienen curiosos
a mirar desde las azoteas.
Se han roto los lazos que nos convirtieron
en cazadores de nubes fugitivas;
todo va siendo ya como un montón

de islas extrañas que van olvidando los colores.