Sepultura

 


Estoy aquí en la mañana de otoño

procurando hallar el camino,

descubrir los detalles mínimos

donde se auguraba este destino.

Al fin de cuentas sé que nada importa,

a lo ocurrido no se le hace volver;

cuando miremos nuestros rostros de nuevo,

sabremos lo que ha pasado,

las marcas imborrables del tiempo.

Por eso se asombra mi voz al no llamarte,

al mirar pasar los días sin que la oscura bestia

asome la ventana y entre las campanadas asumo lo evidente,

esa brusca realidad en que el olvido nos apresa

con sus garras y somos un murmullo solamente,

una flor marchita que se lleva el viento.

Por eso también me desentiendo de la noche estrellada

y vago las horas de un año tan terrible,

convencido ya de que alguna eternidad

se asoma al final del túnel,

de que espera todavía un nuevo viaje al más allá.

Paso tras paso atravieso el duelo de la ausencia,

el despertar y luchar ante el espejo

por las preguntas sin respuesta

y mentirme para sobrevivir

y lanzarme una vez más al mar de fuego,

de la incertidumbre royéndome las entrañas

hasta yacer moribundo atado al volcán,

hundirme sin remedio en un engaño como antídoto,

como la cabaña ante la lluvia incesante,

con todos los verbos acechando el camino de regreso,

la temeraria búsqueda de un destino ya perdido,

roto bajo la luna decembrina,

sellado bajo luces artificiales

y llevado al último naufragio.

Quiero decir que estoy sepultando

todas las versiones de mi historia,

que vuelvo a escribir la terrible caída

ante un abismo inolvidable;

decir que siempre hay una sombra al caminar,

un paso en falso para volver a mirarnos

en los charcos y los edificios,

para creer falsamente ver viejos rostros

al atravesar una ciudad inundada.

Quise entonces decir todo lo inevitable,

envolver en el llanto un futuro fugaz,

 unas calles empolvadas

y una silueta alejándose un día domingo,

un día de luto por los caídos en guerra,

por los que no tienen tumba,

los que tuvieron el mismo nombre

y nunca se conocieron,

por el anhelo que siempre se nos muere

al aceptar alguna realidad insaciable,

al chocar de frente con el rotundo olvido,

la pesadez, el absurdo de lanzar aviones de papel. 

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