Diario de un cualquiera




Hoy vi un tlacuache, y tenía un cinismo impresionante: caminaba tranquilamente a través del estacionamiento de una enorme tienda. Y más impresionante era su elegancia, esa presencia que gritaba: ¡Estoy aquí, y el mundo es mío! Me hizo sonreír el muy bárbaro. Por un momento pensé que las ciudades deberían ser gobernadas por animales. Mi madre me preguntó por alguien, y yo le dije que no la he visto. No mentí. No supe de quién hablaba pero es que a nadie he visto. Soy el sol, abrázame. Yo te abraso. Soy un cualquiera, ya lo creo. Mis amantes me han dicho que no lo soy, que soy alguien diferente; pero todas ellas me han abandonado, ¿será que lo que quieren es un auténtico cualquiera? ¡Qué sé yo! A mí me encanta el café y respirar el aire fresco y sentirme libre al caminar por El Boulevard. Nunca entendí aquello que dicen de que la vida es como una caja de chocolates. La vida es un teatro, todos lo saben. Pensaba acerca de los adjetivos que se usan como sustantivos: majestad, santidad, amabilidad, formalidad, toda una sarta de cosas que a nadie más le interesan, pero es que cuando voy al baño me siento más lúcido. Una vez leí dos cuentos, ya ni los recuerdo bien, pero en uno había un ómnibus y flores. Soy la luna. Cuando era niño ya era un cualquiera. Yo no era el más cualquiera, ni el menos. Fui y soy un cometa, pero a veces no pago el recibo de electricidad, y nadie me ve. Lo que pasa en la medianoche se queda en la medianoche. Lo que pasa en la medianoche se queda en la medianoche. Mi voz es tenor. Cuando lloro, mis lágrimas me hacen cosquillas, y termino por reír. Para eso sirven las lágrimas. Quise ser domador de cobras, y camino entre culebras; algo es mejor que nada, eso dicen. Nada digo. Callo, y alzo la mirada, «odio el cielo porque nunca pude encontrar el lugar exacto donde se encuentra Dios», alguien lo dijo, quizá Caicedo. 

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